4 dic 2011

¿Pegan a un papá?

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Ilustración: Lucía Fernández

La semana pasada bajaba por las escaleras de un estacionamiento cuando fui testigo de una escena peculiar, aunque nada nueva. Por delante había una mamá que bajaba por las escaleras; detrás un niño de unos nueve o diez años con su papá al lado bajaban los primeros escalones. Por alguna razón al niño le costaba bajar y su papá lo estaba animando. El niño, sintiéndose presionado protestó diciendo que no le era tan fácil y de pronto ¡zas! Levantó la mano y le dio a su papá en la espalda. Si no le llegó a dar, tuvo la clara intención de hacerlo y el papá vio el intento. De todas formas creo recordar que sí le dio.

Seguidamente el papá dijo algo en tono explicativo. La mamá ya se encontraba abajo y no decía nada. Entonces el niño respondió argumentando y concluyó con un sonoro “papá, ¡¿qué tienes en la cabeza?!”, bastante agresivo, bastante irrespetuoso, chocante e incómodo, al menos para mí.

Bueno, ya sabemos lo que significa la pregunta de qué tienes en la cabeza. Se trata de la sospecha de que la persona no tiene sesos en la cabeza y de que tal vez tenga otra cosa, como podría ser materia fecal, completando el ya conocido “¿acaso tienes caca en la cabeza?”. En pocas palabras, “papá, te estás comportando como un imbécil”.

Las cosas no pasan porque sí

Como dije, este tipo de situaciones no son nuevas. Lamentablemente he podido ver varios casos de niños o adolescentes que aparecen encima de sus padres, ordenando, condicionando, amenazando, chantajeando, castigando, reprendiendo e incluso golpeándolos.

Este tipo de cosas no suceden por asuntos circunstanciales, no se dan de un momento a otro, no se dan sin toda una historia detrás. Por lo general, un niño subido sobre la autoridad de sus papás tiene tras de sí toda una historia de falta de autoridad y de límites que seguramente se remonta directamente a sus primeros meses de nacido.

Por ejemplo, podemos tener a unos papás o a un papá o mamá sintiéndose culpables por cualquier cosa con su bebé, temerosos, sobreprotectores o tal vez, al contrario, negligentes pero igualmente muy culposos. En una entrada anterior veíamos que a veces los papás se sienten culpables por el sólo hecho de desear salir con su pareja y dejar al bebé en casa al cuidado de otra persona, como si esa fuera la gran irresponsabilidad.

O por ejemplo, podríamos ver a un niño o niña sentados en su silla, aprendiendo a comer y de pronto, ¡zas! Un manazo a su mamá. O de pronto, ante su rabia y frustración, ¡zas! La cuchara con todo y comida sobre la cara de la mamá. ¿A qué atina la mamá?

Probablemente débil y sintiéndose culpable por sólo imaginarse alzando la voz o reprendiendo fuertemente a su niño o niña, acabe sólo diciendo alguna cosa o manifestando su molestia. De esa forma, esa criatura que recién aprende a comer sola, recibe ya el mensaje de que si quisiera podría lanzarle cosas a sus padres y de que no habría otra consecuencia más que la molestia de ellos, y a veces ni siquiera eso. No nos sorprenderá entonces ver a un niño más grande o adolescente completamente entronado sobre sus padres.

Los límites desde el comienzo

En esta entrada no voy a detallar cómo poner límites a los niños ante situaciones particulares. Espero poder publicar entradas con consejos específicos más adelante. Lo que quisiera dejar claro acá es que un niño no puede tener siquiera la posibilidad de alzarle la mano a sus papás, no debería poder insultarlos ni decir palabrotas delante de ellos, y tampoco debería tener el poder de manejarlos según sus deseos.

Desde muy pequeñitos los niños deben ir experimentando el hecho de que sus papás son la autoridad, de que ellos son los grandes, de que ellos los cuidan y de que ellos están a cargo. Cuando el niño o niña pega, insulta o maltrata a sus padres, ese niño o niña experimenta a unos papás sin autoridad, pequeños y débiles. Esto lo que genera es una sensación de inseguridad, de desconfianza, de desamparo, de descontrol, de culpa, entre otras, dado que si no hay alguien fuerte, si no hay autoridad, si no hay quién esté a cargo, ¿quién le da seguridad al niño? ¿Quién lo sostiene? ¿Quién lo protege si los papás no pueden protegerse ni siquiera de alguien tan pequeño como su propio hijo?

¿Y si no puedo?

Lo que sí se puede recomendar desde ya es lo siguiente: si su niño pequeño (de tres años o menos) está muy agresivo con usted y se da cuenta de que no puede controlarlo, las situaciones se repiten u otros de su confianza se dan cuenta de que usted no está pudiendo manejarlo, es necesario que no pierda tiempo y lo consulte con un psicólogo o psicoterapeuta. Es importante saber que este no es un problema del niño, este es un asunto de usted como papá o mamá, un asunto personal que le impide criar a su hijo con una autoridad y una seguridad óptimas. Si usted opta por mantener la situación como está, esperando a que se resuelva sola, lo que muy probablemente suceda es que su niño crezca con estos condicionamientos y el problema pase de ser suyo, a ser de su hijo con usted y con el mundo que lo rodea, lo que ya es más grave y más complicado de tratar.

Si su niño de cuatro años en adelante o adolescente ya pega, insulta, falta el respeto o tiene excesivo poder sobre ustedes, el problema es tanto de los papás como del hijo. Lo recomendable es llevar a su niño o adolescente con un psicoterapeuta. Lo más probable es que el profesional que lo vea les dé indicaciones a ustedes también como papás.

¿Y si no hago nada?

Las consecuencias de que un niño o niña crezca sin autoridad y sin límites pueden ser enormemente variadas y dependen de la historia particular de la familia. Sin embargo, puedo poner ejemplos variados de consecuencias que he visto en la práctica clínica, muchas de ellas entremezcladas entre sí: trastornos de personalidad (muy graves), niños o adolescentes disociales (perpetran prácticas antisociales o pre delincuenciales), adultos antisociales, ausentismo escolar, bajo rendimiento académico, impulsividad, adicciones (alcoholismo, drogadicción, nuevas adicciones), comportamiento sadomasoquista, problemas de identidad sexual, delincuencia, pandillaje, acoso escolar (como victimarios), fobias, terror nocturno, ansiedad generalizada, depresión, baja autoestima, entre otros.

Lo mejor es ver las consecuencias en ejemplos concretos. Tal vez en una entrada futura recomendemos alguna película o material para poder ver una situación específica que sirva de ilustración a lo que acabo de mostrar.


Diego Fernández Castillo
Psicólogo - psicoterapeuta
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

2 comentarios:

  1. Ante un comportamiento carente de límites por parte de los hijos, es necesario preguntarse- tratando de ser muy concientes de que los sentimientos de impotencia, de rabia o de culpa sin un análisis de los mismos, son autodestructivos- "¿Qué es lo que estoy haciendo yo para que ésto suceda?"
    La respuesta clarificará los sentimientos parentales y, sin duda, la posibilidad de comprender a los hijos y, sobre todo, de comprenderse a si mismos.

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  2. Sí pues, al ver a un niño o adolescente "malcriado", uno puede tender a sentir rechazo por ese niño o adolescente.
    La realidad es que lo más probable es que quién esté detrás de ese comportamiento sean los propios papás. Algo hacen (o dejan de hacer) para que eso suceda; y no sólo uno, los dos.

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